Apología de un extraño
Estoy completamente saturado.
Lamento mi escasa actividad creativa pero, la verdad, últimamente no sé cómo expresarme ni qué decir, porque al fin y al cabo todo lo que diga será falto de interés para cualquiera de los que me conozcan, y más aún para los que no. Cierto es que los estudios y el maltrato, por parte del profesorado y del sistema educativo de las Bellas Artes, hacia lo que, casi sarcásticamente, afirman que es la creatividad, empaña mi inspiración y mi juicio... pero en realidad eso no es más que la punta del iceberg.
En realidad es culpa de mi estado de ánimo, totalmente inestable. Ya no estoy seguro de a qué me atengo en mis acciones hasta que las analizo con posterioridad, y entonces no hago más que descubrirme como un estúpido, sea lo que sea lo que haya hecho y por qué. Siempre hay otra razón, otro motivo, que tira de mí y me cambia la polaridad, y al final me paso la vida debatiendo conmigo mismo por cuestiones que debería tener claramente determinadas desde hace mucho tiempo.
La tentación. Estoy seguro de que tiene algo que ver. Ahora la llamo así, más tarde la llamaré anhelo de experiencia. Hace un año que abrí la puerta del caos y me dejé llevar por mi instinto, porque de repente me sentí viejo y engañado. Siempre he sido un neurótico detestable y, en el fondo, nervioso e impaciente, pero un sedante me apaciguaba hasta que, de pronto, se agotó. Desde entonces acepto y respeto mucho más mis propios impulsos, dado que hacen las veces de vehículo para nuevas experiencias, experiencias que ahora sé que antes estaba dejando pasar como un idiota. No siempre son buenas o agradables, desde luego, pero lo realmente importante es que son nuevas. Si no tienes nuevas experiencias, ¿qué interés tiene seguir adelante? Ahora comprendo el auténtico valor de la libertad, y ya no soporto sentirme atrapado.
Esta manera de vivir es, probablemente, poco saludable tanto psíquica como físicamente. Me carga con la cruz de sus consecuencias y me convierte en un egoísta, algo por lo que, tarde o temprano, siempre acabo atormentándome. Aún así, creo que es algo que enriquece mi vida y la convierte en algo más que un mero pasatiempo. Además, lo considero crucial para el trazado de mi propio camino interior, como humano y como artista. Y ya no me arrepiento. De nada.
Pese a todo, y en consecuencia, las decisiones son cada vez más difíciles de tomar y más lacerantes sea cual sea su resolución. En mis batallas interiores cada vez hay más de mí mismo en juego, y la sensación de locura al final resulta abrumadora. A menudo las ideas se me cruzan en la cabeza y chocan con semejante estrépito que me quedo atónito y me dejo llevar aún más de la cuenta, sin saber muy bien qué hacer, pero rebotando entre un sinfín de posibilidades como si me encontrara en el interior de un juego de pinball. Cuando me siento maduro, me doy cuenta de lo crío que puedo llegar a ser y, cuando me siento un crío, en realidad estoy demostrando una madurez que ni siquiera yo me puedo creer. Pero siempre con ese maldito jet lag.
Y para colmo el ciclo se vuelve a abrir y yo temo equivocarme de puerta. Me pregunto en qué lugar queda mi dignidad con todo esto...
Lamento mi escasa actividad creativa pero, la verdad, últimamente no sé cómo expresarme ni qué decir, porque al fin y al cabo todo lo que diga será falto de interés para cualquiera de los que me conozcan, y más aún para los que no. Cierto es que los estudios y el maltrato, por parte del profesorado y del sistema educativo de las Bellas Artes, hacia lo que, casi sarcásticamente, afirman que es la creatividad, empaña mi inspiración y mi juicio... pero en realidad eso no es más que la punta del iceberg.
En realidad es culpa de mi estado de ánimo, totalmente inestable. Ya no estoy seguro de a qué me atengo en mis acciones hasta que las analizo con posterioridad, y entonces no hago más que descubrirme como un estúpido, sea lo que sea lo que haya hecho y por qué. Siempre hay otra razón, otro motivo, que tira de mí y me cambia la polaridad, y al final me paso la vida debatiendo conmigo mismo por cuestiones que debería tener claramente determinadas desde hace mucho tiempo.
La tentación. Estoy seguro de que tiene algo que ver. Ahora la llamo así, más tarde la llamaré anhelo de experiencia. Hace un año que abrí la puerta del caos y me dejé llevar por mi instinto, porque de repente me sentí viejo y engañado. Siempre he sido un neurótico detestable y, en el fondo, nervioso e impaciente, pero un sedante me apaciguaba hasta que, de pronto, se agotó. Desde entonces acepto y respeto mucho más mis propios impulsos, dado que hacen las veces de vehículo para nuevas experiencias, experiencias que ahora sé que antes estaba dejando pasar como un idiota. No siempre son buenas o agradables, desde luego, pero lo realmente importante es que son nuevas. Si no tienes nuevas experiencias, ¿qué interés tiene seguir adelante? Ahora comprendo el auténtico valor de la libertad, y ya no soporto sentirme atrapado.
Esta manera de vivir es, probablemente, poco saludable tanto psíquica como físicamente. Me carga con la cruz de sus consecuencias y me convierte en un egoísta, algo por lo que, tarde o temprano, siempre acabo atormentándome. Aún así, creo que es algo que enriquece mi vida y la convierte en algo más que un mero pasatiempo. Además, lo considero crucial para el trazado de mi propio camino interior, como humano y como artista. Y ya no me arrepiento. De nada.
Pese a todo, y en consecuencia, las decisiones son cada vez más difíciles de tomar y más lacerantes sea cual sea su resolución. En mis batallas interiores cada vez hay más de mí mismo en juego, y la sensación de locura al final resulta abrumadora. A menudo las ideas se me cruzan en la cabeza y chocan con semejante estrépito que me quedo atónito y me dejo llevar aún más de la cuenta, sin saber muy bien qué hacer, pero rebotando entre un sinfín de posibilidades como si me encontrara en el interior de un juego de pinball. Cuando me siento maduro, me doy cuenta de lo crío que puedo llegar a ser y, cuando me siento un crío, en realidad estoy demostrando una madurez que ni siquiera yo me puedo creer. Pero siempre con ese maldito jet lag.
Y para colmo el ciclo se vuelve a abrir y yo temo equivocarme de puerta. Me pregunto en qué lugar queda mi dignidad con todo esto...
