martes, 26 de junio de 2007

El Parque de las Hojas Caídas

Para llegar al Parque de las Hojas Caídas, en la cumbre del Monte Perenne, habrás de subir por el tramo de escaleras más largo de tu vida. Los peldaños son altos, y la piedra de la que están hechos, resbaladiza. Aun así, el paisaje es verde durante todo el trayecto, hermoso y lleno de vida. Frondosos árboles realizan la fotosíntesis en una orgía de placer existencial. Se parecen mucho los unos a los otros, pero aprenderás a distinguir entre ellos durante la escalada. Vas a estar subiendo tanto tiempo que creerás que el horizonte es oblicuo. Las mariposas tratarán de advertirte de que no lo hagas, pero tú seguirás subiendo, ¿verdad?

En el Parque de las Hojas Caídas las hojas siempre caen, pero siempre quedan más por caer. En el Parque de las Hojas Caídas siempre es otoño. Una vez hayas llegado a la cima de las escaleras, notarás cómo el verde intenso se vuelve marrón dorado, y verás los hermosos árboles que se retuercen desde mucho antes de que nadie emprendiera la primera ascensión del monte. Las hojas caerán brillando intermitentemente con el sol, como si nevara luz lenta y apaciguadamente. Y solamente verás a un hombre allá arriba, un anciano repleto de arrugas y con la piel oscurecida, al que algunos llaman Mal de Ojo. Te dedicará una amplia sonrisa cuando te vea llegar, porque la llegada de alguien no es algo que vea muy a menudo. En seguida te ofrecerá sentarte en un banco a escuchar sus historias mientras él desempeña su eterna misión: barrer las hojas del suelo del Parque de las Hojas Caídas.

Mal de Ojo cree que lo llaman de esa manera por la cicatriz que recorre su rostro a través de sus dos ojos, pero eso no es cierto. Esa cicatriz se la provocó el primer hombre que ascendió el Monte Perenne hace mucho, mucho tiempo. Por aquel entonces, Mal de Ojo era joven, sus facciones, nobles, y su tez, pálida. El Parque aún no había recibido su nombre, como la mayoría de las cosas del mundo, entre ellas el propio Mal de Ojo. Se acercó al visitante para recibirlo amablemente pero, cuando éste observó su rostro, algo perturbó su mente. Se dice que el viajero desenvainó súbitamente su puñal y rasgó la cara y los ojos del joven Mal de Ojo para, acto seguido, huir despavorido escaleras abajo. Desde entonces, Mal de Ojo ha ido perdiendo progresivamente la vista, así que no te extrañes si, cuando llegues, le cuesta entrever tu figura en la negrura de sus pensamientos.

El Parque también ha cambiado mucho desde aquel día. Los rumores que dejó tras de sí el viajero hablaban de un hermoso parque rosado y de vivos colores, repleto de flores, en el que siempre era primavera. Las habladurías se extendieron y algunos acudieron al Monte Perenne para contemplar el espectáculo, mas ninguno tuvo el valor de emprender el ascenso de las escaleras que se perdían entre las nubes más altas del firmamento. Ninguno excepto uno, un joven cabizbajo y pusilánime, que emprendió la subida sin mediar palabra con nadie. Andaba despacio, y en ocasiones parecía desfallecer, pero daba la sensación de que sus pies no tenían intención de dejar de subir un peldaño tras otro, hasta llegar a la cima, sin importarles demasiado lo que puediera ocurrir durante el trayecto. Casi parecía que sus pies estaban hartos de soportar su carga, y ya no les importaba la suerte de ésta.

Una vez en la cima, el joven no se encontró con la primavera, sino con el verdor del verano. El calor y la luz del sol caían sobre el Parque generosamente, y se respiraba vida en el ambiente. Vio un hombre de mediana edad sentado en un banco, pensativo. Tenía una cicatriz en la cara. Cuando el joven comenzó a andar con dificultad hacia él, el hombre le miró y le dedicó una sonrisa, al tiempo que le ofrecía que se sentara a su lado. El joven se sentó junto a él, sin variar el semblante en ningún momento, y le miró a los ojos.

—¿Qué trae a un joven como tú a un lugar tan alejado de su tierra?

—Viajo arrastrando la sombra de mi pasado. Vine en busca de reposo al lugar donde, dicen, la primavera es eterna. Mas veo que me equivoqué en mi camino...

—Creo que no te equivocaste, viajero. Al menos, la última primavera fue verdaderamente larga aquí.

—Entonces la primavera no era eterna...

—Las cosas cambian. Los lugares cambian. Las personas cambian. La primavera pasó y el verano ocupó su lugar.

—El ciclo implacable empieza de nuevo... y mi vida repite sus errores como una siniestra burla de la anterior repetición. Ni tan siquiera la ascensión de este enorme monte, que se separa tanto de la rutina humana, es capaz de detener el tiempo.

—Ah, ahora sí te equivocas. No has entendido mis palabras. Todo cambia, pero, aunque sea difícil de advertir, lo hace a causa de algo. Es de necios pensar que lo hace de forma automática. Cuando algo cambia es porque alguien lo desea en el fondo de su corazón.

—¿Alguien deseó que la primavera terminase?

—Antes que tú vino un hombre que aquí se descubrió a sí mismo y supo que no merecía compartir su existencia con la de un lugar tan bello como lo era este. Huyó enloquecido y la primavera no tardó en dar paso al verano. La inocencia y la hermosa debilidad de las flores dio paso a la fugaz juventud en la que los pequeños animales de este parque tratan de ser felices a sabiendas ya de que la felicidad no existe. El verano, no... la juventud es hipócrita.

—Entiendo a ese hombre —dijo el joven, mientras se levantaba de nuevo—, y entiendo cómo se descubrió a sí mismo. Tus palabras son misteriosas, amigo, pero tu desdicha evidente, incluso para mí. Cualquier persona en sus cabales atacaría esos grandes ojos castaños tuyos con tal de evitar que siguieran reflejando la verdad a los pobres pecadores que los observan. Y veo que ese hombre ya lo hizo. Por suerte para ti, yo ya perdí la poca cordura que me quedaba hace tiempo... lo que veo en tus ojos es exactamente lo que veo día tras día en el fondo de mi corazón. Sólamente los lunáticos nos atrevemos a hundirnos en el fondo de nuestros corazones. ¿No es cierto, amigo? Ahora comprendo por qué estabas tú aquí: viniste en su día también atraído por el descanso de la primavera eterna, y la disfrutaste hasta que te la arrebataron.

—De nuevo te equivocas, joven impulsivo. Llegué aquí cuando no era más que un niño, atraído por el desafío de alcanzar la cima de este monte. Subí y subí, y tardé semanas en llegar hasta aquí. Pero el tiempo no era lo único que estaba congelado... por aquel entonces este lugar estaba sepultado bajo las nieves del invierno perpetuo. Tuve mucho miedo, pero decidí que viviría aquí por siempre, instalado en el trofeo de mi propio orgullo. Yo transformé este lugar en el parque que puedes observar. Entonces fue cuando, inesperadamente, llegó la primavera. O quizá no tan inesperadamente... en realidad, yo ya me sentía como si fuera primavera antes de que las flores empezaran a brotar. ¿Lunáticos, dices? Sí, supongo que yo también me volví loco hace mucho tiempo.

—No creo que sea una forma muy correcta de decirlo... al fin y al cabo aquí no pasa el tiempo. Tan sólo cuando alguien lo desea, como tú dices.

—Exactamente igual que en cualquier parte.

El joven se le quedó mirando durante unos segundos, pensativo. Al final, sonrió irónicamente y se alejó, dejando a Mal de Ojo sentado en el banco, volviendo locas de envidia a las ardillas que osaban mirarle a los ojos. Arrastró su sombra con dificultad a través del parque bañado por el inmisericorde sol hasta un enorme árbol y se sentó en la hierba, resguardado de la luz del día. No habían pasado más que unos pocos minutos cuando notó que el peso de su sombra había desaparecido al fundirse con la del árbol. Aliviado y esperanzado, se acurrucó y se durmió en un descanso que no conocía desde hacía mucho tiempo.

Cuando despertó ya había anochecido. Vió que Mal de Ojo estaba durmiendo, de modo que esperó durante la noche observando las estrellas a pesar de que no entendía lo que éstas le auguraban. Al día siguiente, cuando Mal de Ojo hubo despertado, el joven se levantó y quiso acudir a él para contarle el milagro que había acontecido. Sin embargo, pronto advirtió su desgracia: al intentar salir de la sombra del árbol a la luz del sol notó cómo una fuerza terrible le impedía dar un paso más. Asustado, trató de salir con todas sus fuerzas, pero no pudo mover los pies más allá de los límites de la sombra del árbol. Además, la suya propia era mucho mayor de lo normal. Miró desconsolado a Mal de Ojo, y éste le devolvió la mirada entristecido. Ahora no sólo acarreaba con la sombra de su pasado, sino también con la del árbol milenario que le había dado cobijo y bienestar. Incapaz de cargar con su sombra, el joven quedó confinado en ella. Pasaron los días y las noches, y las pesadillas cada vez fueron más frecuentes en su letargo. Un día, Mal de Ojo se le acercó pero, antes de que pudiera entrar en la sombra para consolar al joven, éste le dijo que no necesitaba mirarle a los ojos para comprender que ansiaba que el tiempo transcurriese. Rápidamente. Lo había visto en el fondo de su corazón.

Al día siguiente, Mal de Ojo se despertó con una hoja dorada en la cara. El verano había pasado y había llegado el otoño. Y el tiempo no había sido benevolente con él. Levantó sus viejos huesos y miró hacia el gran árbol. El joven había desaparecido. En su lugar sólo quedaba un montón de hojas amarronadas y un pequeño claro en la hierba.

Desde ese día, el viejo Mal de Ojo barre las hojas del Parque de las Hojas Caídas, esperando la llegada de algún otro viajero en busca de la verdad. ¿Te crees capaz de encontrarla en el fondo de tu corazón? ¿Tienes valor para renunciar a la barrera protectora de los prejuicios de tu cordura para atisbar toda la envergadura de la verdad, para después arrastrarla el resto de tu vida? ¿O te arriesgarás a subir al Monte Perenne para que el anciano que vive allí te eche su mal de ojo? ¿Qué harás entonces? ¿Lo matarás de una vez? ¿Te matarás a ti? ¿Resistirás el deseo de que el tiempo pase de una vez por todas? Sabes que si lo resistes será porque habrás evitado contemplar la verdad absoluta, y eso significa que habrás huído de completar tu búsqueda. Y, te lo advierto, no vale la pena emprender ninguna búsqueda si no estás dispuesto a concluirla.

Tan sólo ten esto en cuenta: Mal de Ojo no resistirá un invierno más.

viernes, 1 de junio de 2007

La bella parca

Durante los dos años que compartimos te lo perdoné todo, mi hermosa parca, pero jamás te perdonaré por el asesinato de mi alma.
Aunque sea tu divino deber.
Yo tampoco tengo la culpa.